Crónica desde el Hika Ateneo: cuando los territorios hablan, el relato se mueve

Crónica del acto público de la XXXVII Asamblea de Entrepueblos en Bilbao

Cuando los territorios —y sus habitantes— hablan —y se les escucha—, el relato se transforma. Porque las transiciones justas no se decretan: se construyen desde abajo.

No todos los días una sala en el centro de Bilbao se convierte en epicentro de narrativas incómodas. El pasado sábado 10 de mayo, el Hika Ateneo acogió un acto público tan necesario como urgente: una mesa de diálogo sobre transiciones ecosociales justas. Desde Brasil a València, desde Cataluña a Euskal Herria, cuatro voces abrieron grietas en el relato dominante. Y lo hicieron con cuerpo, con memoria, con propuestas y con rebeldía.

Breno Bringel habló de policrisis civilizatoria y de zonas de sacrificio en expansión. Empar Puchades convirtió la denuncia climática en herida colectiva: “No soy víctima de una DANA, soy víctima de un sistema que nos declaró sacrificables hace décadas”, dijo al recordar la tragedia del 29-O en Castellar-L’Oliveral, en la comarca valenciana de L’Horta Sud. Natalia Riera tejió esperanza desde las alianzas ecosociales feministas. Gorka Martija desenmascaró los límites del capitalismo verde digital: “Estamos viendo un auge de antiderechos y una ofensiva contra la vida”.

Lo que pasó allí no fue solo un acto institucional. Fue un ejercicio de memoria, una apuesta política por hablar claro y una invitación a imaginar futuros desde lo común. Porque las transiciones, para ser justas, necesitan más que tecnología y fondos europeos: necesitan raíces, afectos y valentía.

Lee aquí la crónica completa del acto y sumérgete en un relato coral donde los territorios, por fin, tomaron la palabra.

Entrepueblos-Entrepobles-Entrepobos-Herriarte, 10 de mayo de 2025. En un mundo que se descompone a ritmo acelerado, hubo un mediodía en Bilbao en el que las palabras volvieron a ser refugio, semilla y revuelta. Fue en el corazón de Bilbao, en el Hika Ateneo, durante el acto público de la XXXVII Asamblea de Entrepueblos-Herriarte. No era un debate más. Era un espacio tejido con cuidado para pensar lo impensable: cómo transitar —desde abajo, desde el Sur, desde nuestras periferias— hacia modelos de vida justos en un orden global cada vez más distorsionado.

Breno Bringel lo dijo sin rodeos: “Vivimos una policrisis civilizatoria. Y las soluciones que nos venden desde arriba no solo son insuficientes: están profundizando el colapso”. Habló de caos como lógica de época, de colonialismos verdes que avanzan bajo la coartada de la descarbonización, de zonas de sacrificio que ya no son solo en América Latina, sino también en las periferias de Europa.

Luego habló Empar Puchades, y el acto se volvió memoria. No habló de la DANA del 29-O como un desastre natural, sino como el síntoma de un modelo urbano que despoja, arrasa y olvida. Mostró fotos de su barrio arrasado, testimonios de expropiaciones, muertes, silencios. “No soy víctima de una DANA, soy víctima de un sistema que nos declaró sacrificables hace décadas”, dijo. Su voz era la de muchas.

Cuando Empar tomó la palabra, la sala se transformó. Lo que hasta entonces había sido análisis y reflexión se convirtió en relato encarnado, en denuncia con nombre, cuerpo y barrio. Empar no vino solo a hablar: vino a testimoniar. Y su voz se volvió contundente al evocar las heridas que arrastra el sur de València desde hace décadas. «Yo soy hija de L’Horta Sud, soy expropiada. Soy indígena de L’Horta de València», dijo al comenzar. Explicó que no fue hasta años después que comprendió el alcance de esa palabra —indígena— aplicada a su propio territorio. Porque sí, también aquí hay pueblos despojados, expulsados de la tierra. Y también aquí hay memoria silenciada.

Mostró fotografías: la casa de su infancia, el barrio de La Torreta, las huertas colectivas. «Éramos una comunidad de 75 u 80 familias, vivíamos juntas, celebrábamos juntas, cultivábamos juntas», relató. Su barrio ya no existe: fue arrasado por el Plan Sur, aquel proyecto de canalización del río Turia que, tras la riada de 1957, selló el destino de la zona sur de València. Un plan que —según denunció— no solo desvió un cauce, sino que institucionalizó un modelo de ciudad que considera al sur como zona de sacrificio.

«El Plan Sur destruyó miles de hectáreas de huerta productiva. Nos pagaron nuestras tierras al precio de terreno pantanoso. Y levantaron barreras que han agravado aún más las inundaciones», explicó. Denunció que, a día de hoy, el talud del río tiene dos metros menos en la parte sur que en la norte, lo que condena a los barrios como el suyo a recibir el golpe del agua una y otra vez. Y así llegó a la noche del 29 de octubre de 2024, la noche de la DANA.

«No soy víctima de una DANA, soy víctima de un sistema que nos declaró sacrificables hace décadas», sentenció. Describió la catástrofe: 17 personas fallecieron en tres barrios. En el suyo, tres muertes que podrían haberse evitado con una gobernanza metropolitana que no existe. Explicó cómo muchas de las víctimas murieron dentro de sus propios hogares, sin poder escapar. Otras, buscando refugio en sus coches. «Nuestros hogares, esos lugares donde nos reconstruimos al final del día, se volvieron trampas mortales», dijo. «Y nadie avisó. Nadie estaba allí».

Insistió en que la tragedia no fue una sorpresa: «Llevábamos tiempo alertando del riesgo. Sabíamos que esto podía pasar». Pero también reconoció algo más profundo: «El sufrimiento y las muertes se incrementaron porque hemos perdido el vínculo con el territorio. Nos hemos desconectado de nuestro hábitat».

Tras el desastre, la comunidad se organizó. Han surgido comités de reconstrucción, redes vecinales y nuevas alianzas con colectivos territoriales y la universidad. «Ahora trabajamos desde lo local, pero con mirada amplia. Queremos construir realidades posibles», concluyó. Y con ese deseo compartido —justicia, reparación, futuro— Empar dejó en la sala algo más que palabras: dejó una herida abierta que interpela a todas.

De Cataluña a Euskal Herria: voces que traman futuros

«Formo parte del movimiento por una transición ecosocial feminista y justa. Y lo hago gracias a Entrepueblos, desde esa mirada global, desde esa mirada Norte–Sur». Así abrió Natalia Riera su intervención en el acto público del 10 de mayo, emocionada, tejiendo palabras desde la raíz.

Habló de la Asamblea Catalana per les Transicions Ecosocials como un proceso vivo, que agrupa a más de 400 colectivos, y que se inspira en el Pacto Ecosocial Intercultural del Sur. «No es una asamblea nueva, es fruto de un recorrido largo, que resurge con fuerza en 2018-2019, se reinventa tras la pandemia, y hoy camina hacia un pacto de pactos para Cataluña». Cuatro grandes ejes atraviesan ese horizonte: soberanía alimentaria, energía, movilidad y cambio cultural. «Nosotras lo llamamos imaginar futuros pueblos. Escenarios posibles, concretos, deseables».

Pero el camino no es solo técnico o programático: es emocional, político y profundamente colectivo.

«No podemos construir nada sin el pacto de cuidarnos. La justicia que queremos no puede ser sin feminismo, ni sin antirracismo, ni sin territorios en lucha. Necesitamos pactos desde lo común, desde las diferencias, desde las alianzas incómodas también».

Y cerró con un gesto que resonó en el espacio: «Parece una frase de pancarta, pero es vital: que la vida sea digna para todes».

Le siguió Gorka Martija, del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL–Euskal Herria), que bajó la mirada a lo concreto, con crudeza analítica. Desgranó el contexto vasco como una «realidad atrapada en una triple pinza»: crisis de acumulación capitalista, terciarización de la economía y dependencia energética extrema. «Somos un territorio industrial en decadencia, transnacionalizado y fosilista. Un 85 % de la energía que consumimos en la CAV es importada, y el 80 %, fósil».

Frente a ese escenario, desveló la agenda institucional dominante: «Un capitalismo verde oliva y digital que apuesta por más coche eléctrico, más hidrógeno con Petronor y más eólica industrial. También, y no lo olvidemos, más gasto militar. Porque en Euskadi se está apostando por el sector armamentístico como nueva salida económica».

Pero también habló de resistencias. De alternativas que ya existen, que «se están dando a pequeña escala, pero que pueden multiplicarse». Recordó el plan de reconversión ecosocial que impulsaron las trabajadoras de Mecaner, frente al cierre de la planta. «Ese fue un intento real de articular transiciones desde abajo, desde la clase trabajadora, desde el territorio».

Y cerró su intervención con una advertencia y una esperanza: «Estamos viendo un auge de antiderechos y una ofensiva contra la vida. Por eso es urgente visibilizar las experiencias que ya están construyendo otra cosa. Este no es solo el futuro: es el presente. Y hay que hacerlo visible ahora».

¿Qué transición y para quién?

“Estamos en una situación muy conflictiva dentro de la izquierda”, reconoció Gorka Martija. Su intervención no fue una ponencia al uso, sino un recorrido afilado y autoconsciente por los dilemas estratégicos de la transición ecológica. De un lado, explicó, el paradigma neokeynesiano del Green New Deal propone que el Estado tome el timón con grandes inversiones para descarbonizar la economía. Pero del otro, hay plataformas comunitarias, especialmente en territorios como Araba, que resisten una transición “verde” impuesta, sin participación real ni cambio de modelo.

Martija fue claro: “Nos alineamos con una visión más anticapitalista, que priorice la desmercantilización y rompa con las lógicas corporativas”. Sin romanticismos, advirtió también de los límites de esta agenda: “Nadie tiene una varita mágica y nada es absoluto”.

Después llegó el turno de las preguntas. “¿Qué alternativas tenemos realmente en Euskadi para la autosuficiencia energética?”, lanzó una de las personas asistentes. Otra añadió una dimensión apenas visible aún en los debates verdes: la huella del mundo digital. “Cada pregunta que le haces al ChatGPT equivale a un vaso de agua en consumo energético. ¿Somos conscientes de lo que hay detrás del ‘streaming’?”

Martija recogió el guante. Reconoció que “la transición digital y la transición verde van de la mano del capital”, y que por eso es necesario visibilizar sus costes ocultos. “Spotify también consume”, dijo alguien del público, “y mucho”.

“El norte global también tiene que descolonizarse”, sentenció. “Y eso empieza por mirar hacia dentro, cuestionar nuestros propios consumos y poner el foco en quién paga el precio de esta transición”.

Antes de cerrar, Martija compartió los siete pilares del Plan de Choque 2030, elaborado junto al colectivo Ekosozialista:

  • Planificación democrática que corte la lógica mercantil
  • Garantías para vidas dignas
  • Centralidad del cuidado
  • Modelo energético público-comunitario
  • Decrecimiento energético y revisión del modelo industrial
  • Transporte público sostenible que confronte las grandes infraestructuras
  • Justicia global centrada en los derechos de los pueblos del Sur

Entre pueblos, transiciones y resistencias.

En el acto del 10 de mayo en Bilbao, la cuarta intervención nos llevó a una conversación sincera y afilada entre Breno Bringel (Pacto Ecosocial del Sur) y Gorka Martija (OMAL-Euskal Herria). Frente a un mundo donde los relatos dominantes se apropian de las palabras transición, sostenibilidad o verde, ambas voces tejieron un contrapunto nítido desde los territorios.

«Antes las luchas estaban muy separadas», recordaba Breno. «Pero hoy la justicia solo se entiende desde la integralidad de alternativas». En su intervención, subrayó cómo las comunidades ya no esperan a 2050: «La transición ecosocial no es un futuro, es una práctica viva en barrios, en pueblos, en la vida cotidiana». Desde las redes de agroecología a las comunidades energéticas, pasando por la vivienda cooperativa y el cuidado compartido, «son proyectos que disputan no solo el modelo, sino el sentido de vida».

Gorka Martija, por su parte, fue claro: «La agenda institucional aquí no difiere tanto del resto del Estado: se ha asumido el capitalismo verde oliva y digital». Denunció con contundencia que «proyectos presentados como sostenibles son puro cementazo, ocultos tras palabras como movilidad o Agenda 2030». Y señaló un riesgo estructural: que la desmercantilización no esté en el centro real del proceso.

Ambos coincidieron en que las resistencias territoriales, en Euskal Herria y en América Latina, son hoy líneas de defensa y de horizonte. «Lo local debe ser también internacionalista», dijo Breno. Gorka cerró con una urgencia compartida: «Hace falta un debate sereno y estratégico dentro de los movimientos populares, sindicales y ecologistas». Porque solo así, tejidas desde abajo, podrán ser justas las transiciones.