El CETA, el TTIP y la socialdemocracia ante el espejo

Quienes se han apresurado a propagar que la victoria electoral de Donald Trump suponía la muerte del TTIP se equivocan doblemente.

Primero, porque esto supone subestimar el carácter estratégico de este proyecto para las élites globales. Como dijo recientemente la secretaria española de Comercio, el TTIP sólo se encuentra "en parada natural mientras se terminan de conformar los equipos de la nueva administración de Donald Trump en Estados Unidos y se completan diferentes procesos electorales en Europa" (léase elecciones francesas y alemanas).

Nadie puede desconocer que el CETA no es más que una pieza del mismo puzzle, que incluye el TTIP, para culminar una estructura jurídica global a placer de las multinacionales. Por ello, aunque hay varios caminos posibles para la izquierda, todos estos caminos posibles tienen una misma próxima estación: detener el CETA.  (Artículo publicado en catalán en Crític)

 

Àlex Guillamón

(Artículo publicado en catalán en Crític)

Quienes se han apresurado a propagar que la victoria electoral de Donald Trump suponía la muerte del TTIP se equivocan doblemente.

Primero, porque esto supone subestimar el carácter estratégico de este proyecto para las élites globales. Como dijo recientemente la secretaria española de Comercio, el TTIP sólo se encuentra "en parada natural mientras se terminan de conformar los equipos de la nueva administración de Donald Trump en Estados Unidos y se completan diferentes procesos electorales en Europa" (léase elecciones francesas y alemanas).

El TTIP (con esta o con otras siglas) es una pieza clave del puzzle del nuevo régimen global de las multinacionales. Colocarla ha resultado más complicado de lo que parecía y, a la espera de tiempos mejores, la lobby-política de la UE simplemente ha decidido cambiar el orden de colocación de las piezas. Mientras se cumplen las condiciones que mencionaba la secretaria de Comercio, pasan a primer plano otros objetivos, como la ratificación del CETA, los nuevos tratados con el Mercosur (aprovechando el oasis neoliberal que vive ahora esta región) y con Japón, o la actualización del "viejo" (2000) tratado con México.

Un europarlamentario pasa por encima de la gente para votar a favor del CETA, el 15 de febrero en Estrasburgo/ STOP TTIP

Pero, en segundo lugar, porque se ignora con demasiada facilidad que la Administración de Trump, mientras con el Tratado Transpacífico (TPP) hizo una exhibición de contundencia tirándolo a la basura a los dos días de tomar posesión, a día de hoy sigue callando sobre el TTIP. Aún más: también se olvida que el primer tropiezo que sufrió el TTIP no vino de Donald Trump, sino precisamente de las dos principales potencias de la UE. Ya en mayo del año pasado, François Hollande proclamaba enfáticamente que "en el estado que conocemos de las negociaciones comerciales internacionales [del TTIP], Francia dice no", y, poco más tarde, en agosto, el vicecanciller alemán Sigmar Gabriel (SPD) rompía el consenso en el Gobierno de la gran coalición declarando que "las negociaciones del TTIP han fracasado".

Sin embargo, a ninguna de las dos orillas del Atlántico se ha anunciado el fin de las negociaciones. El vampiro del que hablaba Susan George, simplemente, se ha tomado un descanso, irritado por tanta luz que ha tenido que soportar en los últimos meses. Quién hubiera dicho sólo dos años atrás que en Europa se conseguiría levantar una presión social capaz de romper el secretismo de las negociaciones y de resquebrajar el consenso entre las principales fuerzas políticas europeas? Y esto vino fundamentalmente por el debate que sindicatos, organizaciones campesinas, ecologistas, solidarias, vecinales, feministas, de economía social, de derechos humanos …, incluso de asociaciones empresariales del centro de Europa, consiguieron abrir, principalmente dentro de la socialdemocracia europea.

El episodio del pasado octubre con la resistencia valona al CETA fue más gráfico que mil palabras: la comisaria de Comercio, socialdemócrata sueca, enfrentada al ministro-presidente de Valonia, socialista. La postura ante los tratados de "libre” comercio expresa una doble pulsión entre la familia socialdemócrata europea: por un lado, quienes sienten la presión de los sectores y movimientos sociales organizados y de atender al electorado social en que se han sustentado históricamente, y , por otra parte, el social-liberalismo que postula que todo esto está muy bien, pero que sin los "señores de la Bolsa" no hay paraíso.

Los valores de la izquierda, a debate

El llamado social-liberalismo no tiene su utopía en el futuro, sino en aquel pasado reciente en que fue posible enmascarar la pérdida de renta de la clase trabajadora mediante la expansión del crédito. Es decir, en que fue posible hacer compatible la voracidad sin límites de las élites extractivas con el mantenimiento de expectativas de bienestar en amplios sectores de la población, cambiando consumo por derechos. Es decir, el modelo que llevó a la "crisis" que seguimos pagando.

Martin Schulz, candidato por el SDP y ex presidente del Parlamento Europeo, recibe con una sonrisa diplomática los más tres millones de firmas contra el TTIP y el CETA/ STOP TTIP

La extrema derecha también ha entrado en escena en este tema, olfateando pronto las posibilidades de rentabilizar la crítica a estos tratados con su discurso de proteccionismo etnico-exclusivista y autoritario. El populismo de la extrema derecha ya hace tiempo que consigue con bastante éxito alimentarse del desempoderamiento social y los residuos ideológicos que el socialliberalismo va dejando por los distritos populares de toda Europa.

La alternancia en el poder en Europa se ha ido escorando en las últimas décadas. Primero fue entre la derecha y la socialdemocracia, después entre la derecha neoliberal y el social-liberalismo. Pero, en las últimas contiendas electorales, vemos como amenaza con reducirse a un mano a mano entre la derecha y la extrema derecha.

Seguramente, el gran nudo gordiano para la izquierda del siglo XXI es lograr poner freno al inagotable apetito de poder económico y político de las élites extractivas. No parece nada fácil conseguir que se avengan a rebajar las expectativas ilimitadas que el pensamiento único (neoliberal o socioliberal) les ha alimentado durante demasiado tiempo. Ninguna conquista popular ha sido fácil a lo largo de toda la historia, pero no hay otra posibilidad de conseguir un futuro digno, con derechos para las personas, para los pueblos y para el planeta. No hay otro futuro para los valores emancipadores de la izquierda.

El proceso para la ratificación del tratado UE/Canadá (CETA) por parte de los 28 estados miembros, que el gobierno de Rajoy está tratando de llevar a cabo en España con nocturnidad y alevosía, llevará de gira por toda Europa este debate de fondo. Porque nadie puede desconocer que el CETA no es más que una pieza del mismo puzzle, que incluye el TTIP, para culminar una estructura jurídica global a placer de las multinacionales. Por ello, aunque hay varios caminos posibles para la izquierda, todos estos caminos posibles tienen una misma próxima estación: detener el CETA.