De movimiento de solidaridad a Entrepueblos

Núria Roig a El Salvador, 1992

La única ventaja que tiene hacerlo con tantos años de distancia es recordarlo con el pensamiento y las expresiones que usábamos entonces; eso sí, estoy escribiendo con ordenador y en aquel entonces, cuando EP empezaba a caminar, tecleaba con una máquina de escribir. Dicho esto, os haré cuatro pinceladas de dos temas: uno, de dónde venimos y por qué creamos una ONG y dos, las raíces de EP, humanas, organizativas y filosóficas.

Veníamos de los comités de solidaridad y de las coordinadoras locales y estatales. Desde la Revolución Popular Sandinista del 1979 y durante los años 80, principalmente, se crearon comités de solidaridad sobre todo con Nicaragua y, no tan numerosos, con los movimientos de liberación de El Salvador y Guatemala. Se formaron muchísimos, en barrios, centros de trabajo y sindicatos, pueblos pequeños y grandes; y se tejió una red impresionante que invitaba a la coordinación y las campañas conjuntas. Eran pueblos amigos luchando por un mundo mejor, y nosotros queríamos estar a su lado, e incluso, bastante gente trabajamos allí: un año, dos, tres, o en brigadas internacionales de verano. Conocíamos el territorio, los paisajes, a mucha gente; nosotros íbamos y muchas personas de allá vinieron también.

Entendíamos la solidaridad internacional como la causa común, la amistad y el hermanamiento entre pueblos que luchan por la libertad, como el apoyo mutuo a las luchas por la liberación popular, como el acompañamiento a los movimientos revolucionarios, sobre todo de América Latina.

Recuerdo el local de la coordinadora catalana, austero y humilde, siempre llenísimo de gente y de humo. Recuerdo el local de la coordinadora estatal donde durando unos años nos encontramos casi cada mes gente de todas partes. Recuerdo las campañas «100 millones para Nicaragua!» y «Nicaragua tiene que sobrevivir», el concierto «Nicaragua Rock» que llenó el Palau Sant Jordi de Barcelona, las paradas para informar y vender chapas o libros, las manifestaciones contra el imperialismo, las jornadas, los debates, el envío de brigadistas, la financiación de pequeños proyectos, las idas a la radio, los escritos en revistas… Queríamos con todo ello contribuir a romper el injusto orden económico internacional, el intercambio desigual, queríamos cambiar el mundo.

A medida que pasaban los años, otras instituciones se fueron añadiendo: por un lado, ayuntamientos que se juntaban con pueblos o ciudades –sobre todo niques–, y de otra, se formaban nuevas ONG en el momento en que en Nicaragua se creaba el Ministerio de Cooperación Externa para poner orden y dar prioridades a todos los proyectos que se financiaban con aportaciones solidarias; a la vez también aquí muchas administraciones públicas comenzaban a destinar recursos económicos para las ONG. Los comités de solidaridad no quisimos ser ajenos a esta nueva situación y decidimos hablar. Se creó una comisión en Catalunya para estudiar el tema, documentos arriba y abajo, discusiones en pequeños comités y en las coordinadoras: qué había pasado con los proyectos de la solidaridad, cómo podíamos acceder a más recursos y hacer un mejor seguimiento de los proyectos en marcha, cómo podíamos reforzar los dos ejes de trabajo: cooperación y sensibilización, contrainformación y denuncia.

Finalmente, la coordinadora estatal de solidaridad con Nicaragua, en noviembre de 1987, dio el visto bueno para crear una ONG solidaria. Las coordinadoras locales aportaron el dinero inicial para empezar la singladura y se decidió que una persona trabajara: era una responsabilidad enorme para mí. Los últimos meses del 87 ya habíamos encontrado un nombre –que reflejaba lo que queríamos ser– y redactado unos estatutos, que en diciembre del 87 entraron al registro de asociaciones.

Enero de 1988, Entrepueblos tenía una página en blanco para llenar, todo era nuevo y se tenían que empezar los fundamentos. No empezamos con proyectos, de ninguna forma, empezamos creando la entidad, la base organizativa. Buscamos personas para formar la Junta directiva –provenientes de la solidaridad y nuevas–, queríamos algunas de conocidas que nos abrieran puertas; J. M. Valverde aceptó la presidencia. La primera Junta era entusiasta y trabajadora. Nos reunimos a menudo. Impulsamos la creación de las comisiones de apoyo en todo el territorio: trenes arriba y abajo para hablar con la gente, para animar. Buscamos socias y socios fundadores por debajo las piedras; pensamos un logotipo que nos representase; redactamos los primeros trípticos para darnos a conocer, buscamos un pequeño local de referencia. Al cabo de unos meses empezamos a hacer las presentaciones públicas, la primera y colectiva en Madrid, en julio del 88 en un bar conocido. Todavía estaban con nosotros algunos compañeros que nos dejaron demasiado pronto: Anna Ros, del País Valenciano; Pepo Montserrat, de Aragón; Diamantino García, de Sierra Sur (Sevilla) y Fernando Salas, de Madrid. Más trenes arriba y abajo: Sevilla, Valladolid, Redondela, Murcia, Albacete, Granada, Burgos y un largo etcétera, para crear las comisiones territoriales, para hacer presentaciones y, más adelante, para participar en mesas redondas y jornadas.

En segundo lugar profundizamos en el tema, qué es la cooperación solidaria, qué es la cooperación y la educación para el desarrollo. Teníamos que encontrar un discurso y un pensamiento propio. Leemos, nos reunimos con otros ONG y empezamos a viajar a Centroamérica. Como solidaridad conocíamos bastante los movimientos sociales de aquellos pueblos, colmo a ONG principiante en aquellos años, tuvimos que reconocer y conocer las ONG que serían nuestras contrapartes. Justo es decir que, no tanto en Nicaragua, pero sí en El Salvador y Guatemala, las ONG locales se constituyen al mismo momento que nosotros, allá también entendieron que una entidad constituida como organización no gubernamental tendría más posibilidades de canalizar recursos económicos.

En el primer viaje en Centroamérica el julio del 88 tuvimos la ocasión de reunirnos, por primera vez, con el Comité Nicaragüense de Solidaridad con los Pueblos (Patricia Elvir); con el Ministerio de Cooperación Externa (Lesbia Morales); con el Instituto de la Mujer; con la Oficina de Promoción y Desarrollo de la Costa Atlántica o con el Instituto de Reforma Agraria, la INRA; y también conocemos, entre otros, REDES, en El Salvador o la Iglesia de Guatemala en el Exilio. Curiosamente con estos últimos desarrollamos nuestro primer proyecto importante y enviamos las primeras cooperantes, médicas, a los campamentos de refugiados guatemaltecos en Quintana Roo, México, para formar promotores y promotoras de salud.

Y pensamos y escribimos mucho, muchísimo: documentos de debate, para las juntas, para las asambleas, para los boletines, para los trípticos y para las comparecencias públicas. Hablamos de comprender la situación política de los países donde trabajamos; hablamos que los proyectos impulsen la participación popular; hablamos de basarnos en unas relaciones entre iguales; hablamos de autoevaluarnos e ir mejorando progresivamente; hablamos de velar por nuestra autonomía y no permitir condicionantes de los portadores de recursos; hablamos de las tareas centralizadas y de las que no lo serían; hablamos de las clases populares, de las mujeres… y la lista sigue.

Enero de 1992, cuatro años después de poner la primera piedra, EP tenía casi un millar de socios y socias, unas comisiones de apoyo fuertes en todo el territorio peninsular, algunos proyectos en marcha, proyección pública y la mejor sustituta, Gabriela Serra, que hacía pocos meses que había vuelto de Guatemala y que no dudó en aceptar el reto. Y no olvidemos, está claro, Helena Porteros. Un abrazo a todo el mundo y mis felicitaciones por el trabajo hecho.