Huyendo de la violencia

Entre la primavera y el verano de este año, asistimos a una auténtica tragedia humanitaria en el Mediterráneo. Decenas de miles de personas que huían de la violencia intentaban cruzar el mar -a menudo en condiciones muy penosas y peligrosas- hacia Europa para poder encaminar su vida con más seguridad.

Hemos visto como la mayoría de estados europeos han buscado la manera de evitar comprometerse y no atender a los cientos de miles de personas que buscaban asilo en Europa.

Pero la auténtica política humanitaria es fomentar la paz, favorecer la resolución de los conflictos, promover la garantía de los derechos humanos, económicos y sociales.

Artículo de Jordi Armadans, director FundiPau (Fundación para la Paz).

Imagen de Miriam Laderas

Publicado en Boletín nº 64 Entrepueblos/Entrepobles/Entrepobos

 

Entre la primavera y el verano de este año, asistimos a una auténtica tragedia humanitaria en el Mediterráneo. Decenas de miles de personas que huían de la violencia intentaban cruzar el mar -a menudo en condiciones muy penosas y peligrosas- hacia Europa para poder encaminar su vida con más seguridad.

Cabe recordar que, antes del verano, las noticias de ahogados en el Mediterráneo no generaron excesivos aspavientos en la sociedad, los medios de comunicación o en las instituciones. Al contrario: cuando en Europa se discutía sobre el posible número de refugiados a acoger, tuvimos que aguantar un regateo repugnante de los líderes europeos que consistía en conseguir el menor compromiso posible. Ciertamente, la extrema derecha xenófoba hizo el agosto con el tema, y políticos como Cameron, Rajoy o la misma Merkel inicialmente también adoptaron una actitud fría y distante.

Residentes del campamento palestino sitiado de Yarmouk,
haciendo cola para recibir alimentos, en Damasco, Siria.UNRWA

 

Pero, en medio de todo ello, apareció una foto: Aylan, un niño kurdo-sirio hallado muerto en la costa turca. Esa imagen corrió y, en pocas horas, se convirtió en un icono mundial de la tragedia. Y provocó un cambio en la mirada del drama de los refugiados. Del pasotismo, de la indiferencia e incluso del cinismo, se pasó a una expresión pública de solidaridad.

Por toda Europa mucha gente mostró su indignación y reclamó una reacción. Algunos ayuntamientos se hicieron eco de la demanda y ​​dieron un paso adelante, reivindicando el papel de acogida. La cosa se extendió. Finalmente, buena parte de los líderes europeos acabaron haciéndose fotos y haciendo declaraciones en el sentido de que era necesario adoptar una actitud humanitaria.

Pero al poco, ya nos habíamos olvidado de Aylan. Y las políticas oficiales continuaron ignorando una realidad, evitando coordinarse y procurando no implicarse excesivamente. Y, más allá de eso: la ola de refugiados no se puede reducir a un caso emblemático de un niño. Son millones, de todas las edades, de muchos lugares, de maneras de hacer y de vivir bien diferentes.

Y no son algo puntual. Año tras año crece el número de personas que quieren llegar a Europa. Y si no cambia la realidad que les empuja a irse de casa, la tendencia creciente continuará.

Huir de la violencia para proteger la vida

Si las personas refugiadas y desplazadas que hay en el mundo constituyeran un estado, serían el 24º estado más grande del mundo. Un simple dato que nos sitúa, de repente, ante un problema de primera magnitud.

Las personas nacemos en un lugar determinado y por circunstancias personales, familiares o laborales podemos ir a vivir a otro lado. Pero en general nos quedaremos en el lugar de nacimiento o en el lugar que, por estas circunstancias, hemos acabado escogiendo como nueva casa.

A menudo, la pobreza, el hambre y la falta de expectativas materiales, provocan que mucha gente acabe marchando de su país. Son las migraciones que conocemos.

Imagen de Miriam Laderas

A veces, sin embargo, el hecho de partir no es para cambiar de vida, sino para preservarla. Vivir bajo las bombas o las matanzas, las vulneraciones sistemáticas de los derechos humanos o la persecución por ser de una etnia, una confesión religiosa o una opción sexual determinada, es malvivir. Y mucha gente huye, con la esperanza de encontrar un nuevo entorno: los desplazados (los que dejan su casa pero se re asientan dentro de la misma frontera del Estado) y los refugiados (quienes huyen de casa para tratar buscar acogida en otro Estado).

Si alguien pensaba que esto del desplazamiento era algo del pasado, nada más lejos de la realidad: el número de personas que se ven forzadas a marchar, ha llegado a su nivel máximo desde que se tienen datos precisos. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNCHR en inglés, ACNUR en castellano) en 2014 se registró una cifra récord: 59,5 millones de personas desplazadas y refugiadas. Ocho millones más que en 2013, 22 millones más que las cifras de 10 años antes. De estos 59,5 millones, casi 40 son desplazamiento interno y casi 20 son refugiados.

Y a pesar de que el derecho de asilo es un derecho humano básico y fundamental, recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos ('en caso de persecución toda persona tiene derecho a disfrutar de asilo político en cualquier país'), hemos visto como la mayoría de estados europeos han buscado la manera de evitar comprometerse y no atender a los cientos de miles de personas que buscaban asilo en Europa.

Pero para valorar el penoso papel europeo, debemos volver la mirada atrás: el primer instrumento jurídico internacional específicamente dedicado a este tema fue la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 que, precisamente, fue pensada para regular los flujos poblacionales forzados ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial.

Si el mundo se "inventó" la protección de los refugiados por el sufrimiento vivido por millones de personas europeas, ahora, Europa, lo limita, lo regatea y el restringe. Toda una absoluta derrota moral.

Sin duda, es necesario que los gobiernos se comprometan y practiquen los principios humanitarios más fundamentales. Que reaccionen ante esta tragedia. Pero el mejor humanitarismo, y el más efectivo, no es el que pone la tirita, sino lo que se pregunta el porqué de la herida y trata de evitarla.

El incremento brutal de los refugiados se debe, en buena parte, a un nuevo rebrote de los conflictos armados. Después de muchos años en los que el nivel de conflictividad iba a la baja, en los últimos años ha vuelto a subir. Y no sólo por el número de conflictos, sino por el impacto profundo en número de heridos, muertos y desplazados que algunos de estos conflictos recientes, han provocado.

Como el caso de Siria, por ejemplo, el principal país del mundo en cuanto a generación de refugiados.

En sólo cuatro años, Siria se ha convertido en un país roto y desangrado. Tres niveles de conflictividad, realimentados- y superpuestos, han arrasado ciudades enteras. En un primer momento, al calor de la primavera árabe, decenas de miles de jóvenes salieron pacíficamente a la calle para protestar contra el régimen y reclamar más acceso, justicia y libertades. La reacción gubernamental fue brutalmente represiva y violenta. Una parte de la oposición se armó y la espiral de violencia continuó incrementándose.

En este punto, las potencias regionales con intereses en el país se activaron: Irán, dio apoyo logístico y militar al régimen, y Arabia Saudita y otras monarquías petroleras miraron de reforzar a sus aliados con armas y apoyo económico a fin de apuntalarlos para que quedaran bien posicionados en caso de que el régimen cayera. Entre algunos de estos actores armados promocionados, o que prosperaron en medio del caos, hizo acto de presencia el yihadismo.

Por último, el nivel internacional: Rusia, por lazos tradicionales con el régimen y por gestión de intereses geoestratégicos y económicos, da apoyo explícito al gobierno. Por otra parte, los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, con diferentes niveles de implicación y decisión, refuerzan la oposición armada y piensan en tener un aliado de futuro.

El caos en la región ha hecho el resto, retroalimentando y complicando más la situación del conflicto sirio. El Irak post-ocupación, con toda la retahíla de atrocidades cometidas por las fuerzas de ocupación, los agravios y las venganzas comunitarias mal resueltas, y la lógica de la cultura de la violencia, vio como el Estado Islámico, la cara más extremista del yihadismo, campaba a placer.

Durante estos cuatro años, estos tres niveles han reforzado la lógica militar y han abonado todo tipo de 'soluciones' armadas (envío de armas, de más combatientes, capacitación militar, bombardeos, etc.). Unos escasísimos intentos de negociación política, sin una auténtica presión e implicación de la comunidad internacional, hicieron fracasar estrepitosamente las opciones de paz.

Resultado, el principal drama humanitario del Siglo XXI: en un país de 20 millones de personas, más de 300.000 muertos y más de 10 millones de personas desplazadas y refugiadas. La mayor parte de estas últimas, por cierto, acogidas por países con situaciones económicas y sociales mucho más complejas y difíciles que las de Europa.

Está claro: cuanto más se eternizan los conflictos y sus impactos, peor. Parte de la gente que ha ido a Europa, no ha huido de Siria, sino que huye de los campos de refugiados, al ver que el conflicto se eterniza y que la falta de expectativas es el pan de cada día.

Afganistán, Somalia, la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Sudán… Son otros lugares del planeta que expulsan decenas de miles de personas.

Lo sabemos: dejar pudrir los conflictos, participar irresponsablemente en el apoyo a regímenes criminales u oposiciones criminales (y hacerlo por intereses inmediatistas sin valorar el impacto que esto tiene sobre la población), surtir de armas a zonas conflictivas y explosivas, generar resentimientos a base de vulneraciones de derechos humanos, tener un sistema económico donde la criminalidad (de empresas, actores, grupos terroristas, estados autoritarios, etc.) tiene puerta de entrada. Todo ello son elementos que hacen un mundo más inseguro, más injusto, más explosivo. Que generan y ayudan a perpetuar conflictos armados, muertes, destrucción y, por supuesto, refugiados y desplazados.

Ante la avalancha de refugiados, hay una política humanitaria de choque y acogida. Pero la auténtica política humanitaria es fomentar la paz, favorecer la resolución de los conflictos, promover la garantía de los derechos humanos (todos, los civiles y políticos y también los económicos y sociales), ejercitar la democracia y consolidar instrumentos y mecanismos de gobernabilidad regional y global más democrática y justa.

Mientras permitamos o, directamente fomentemos, la injusticia, la barbarie y la violencia, la ola de refugiados será una, entre muchas otras, de las consecuencias que tendremos que administrar.

Principales estados de origen de los refugiados 2014 Fuente: UNCHR-ACNUR

1. Siria

3.880.000

2. Afganistan

2.590.000

3. Somalia

1.110.000

4. Sudán

666.000

5. Sudán del Sur

616.000

6. República Democrática del Congo

516.000

7. Birmania

479.000

8. República Centroafricana

412.000

9. Iraq

369.000

10. Eritrea

363.000

 

Estados que más personas refugiadas acogen el 2014. Font: UNCHR-ACNUR

1. Turquía

1.590.000

2. Paquistán

1.510.000

3. Líbano

1.150.000

4. Irán

982.000

5. Etiopía

659.000

6. Jordania

654.000

7. Kenia

551.000

8. Chad

452.000

9. Ucrania

385.000

10.China

301.000

 

Artículo de Jordi Armadans, director FundiPau (Fundación para la Paz).

Publicado en Boletín nº 64 Entrepueblos/Entrepobles/Entrepobos