Libertad para Bernardo Caal y para el río Cahabón

(Ver carta de 15 organizaciones dirigida  al Ministro Borrell)

SIETE AÑOS DE CÁRCEL PARA EL GUARDIÁN DE LOS RÍOS

Texto, foto y vídeo: Gervasio Sánchez

El dirigente comunitario maya q’eqchi de 46 años Bernardo Caal Xol fue condenado el viernes 9 de noviembre de 2018 a 7 años y cuatro meses de cárcel por el Tribunal Primero de Sentencia Penal de Alta Verapaz, por los delitos de detenciones ilegales con circunstancias agravantes y robo agravado durante unas protestas ocurridas hace tres años.

“Con esta sentencia se demuestra la corrupción que señala la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). El Ministerio Público se ha plegado a los intereses de las empresas que están despojando y quitando el agua en Alta Verapaz. No cometí ninguno de los delitos de los que se me acusa, pero hoy he sido sentenciado”, señaló Bernardo Caal minutos después de conocerse el auto del juez.

 

El 15 de octubre de 2015 se produjo una protesta. Empleados de Netzone S.A., empresa subcontratada que trabajaba en la construcción de la segunda planta de la hidroeléctrica Oxec, aseguraron haber sido retenidos y robados por un grupo de personas opuestas al proyecto, liderados por Bernardo Caal.

El líder indígena es la cabeza visible de los comunitarios de Santa María Cahabón (Alta Verapaz) que se oponen a la hidroeléctrica Oxec en los ríos Cahabón y Oxec desde 2015.

Bernando Caal fue capturado el 30 de enero de 2018 en Cobán y acusado de robo agravado, instigación a delinquir, amenazas y detenciones ilegales y, desde entonces, se encuentra recluido en una cárcel Cobán, capital del departamento de Alta Verapaz.

Durante los últimos años las comunidades opuestas a las hidroeléctricas han presentado varias demandas en contra de la empresa ante la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía de Medio Ambiente, la Procuraduría General de la Nación y la Cicig. Caal ha ejercido como representante legal en las demandas.

El líder comunitario nació en 1972 en Sepos Semococh, la última de las 196 aldeas del municipio de Santa María Cahabón en dirección al Estor, Izabal. Tras concluir sus estudios, en 1995, regresó a su aldea como maestro.

Bernardo Caal conoció a su pareja Maria Isabel Matzir, de 36 años hace quince años. Tiene dos hijas: Ni´kte´ Ixch´umil Squijix, de 11 años, y Chahim Yaretzi Ketzali´, de 9 años. Los nombres de sus hijas mezclan los idiomas q´eqchí y kakchiquel, las comunidades lingüísticas a las que pertenece la pareja.

Residen en Chimaltenango, a 262 kilómetros por carretera. La familia tiene que desplazarse hasta la capital  y luego continuar hasta Cobán, unas ocho horas de trayecto.

Desde enero de 2018 Bernardo Caal está detenido en un centro de reclusión de Cobán. Los visitamos en el penal donde viven hacinados más de 350 presos. El régimen carcelario es estricto. A las 5.30 “truena” el timbre, la orden de formar para hacer el primer recuento. A las seis de la mañana se abren las puertas de las diferentes naves y los presos salen al patio. “Dedicamos el tiempo a ir al baño, a bañarnos en una pila grande con una cubeta o lavar ropa. Yo también suelo encender la radio y escuchar las noticias”, explica Bernardo Caal sentado alrededor de una de dos docenas de mesas que hay en el patio central.

De 7.30 a 8 es la hora del desayuno. “Repetitivo”, lo define el líder comunitario. Igual que la comida y la cena. “Nunca he visto la carne salvo un día que hubo pollo con caldo porque venía una comisión de Derechos Humanos”, asegura.

La rutina diaria es muy similar. A partir de las nueve lee los diarios. Después se ejercita durante un buen rato. Hasta la una que es la hora de comer. Las dos primeras horas de la tarde las dedica a dar clases a dos presos que no saben leer ni escribir. “Me sirve para reducir la pena en caso de ser condenado. Creo que me va a ayudar mucho”, dice temeroso semanas antes de conocer la sentencia.

A las cuatro de la tarde se cena  y a las cinco y media todos los presos son encerrados en sus celdas hasta el día siguiente.  En el sector donde reside Bernardo Caal hay 140 presos hacinados durmiendo en literas.

El resto de la jornada la dedica a leer, escuchar música o simplemente estar tumbado en la cama. Tuvo que dormir quince días en el suelo al principio de su cautiverio hasta que se desocupó una de las literas. El toque de silencio es a la diez de la noche.

Le pregunto si se siente amenazado. “Aquí hay asesinos, delincuentes. No es necesario que haya un motivo especial para sentir amenazas. Aunque se me trata como un preso más. Todo lo que ha ocurrido fuera del penal no es conocido por el resto o no se tiene en cuenta”, contesta bajando la voz.

La falta de espacio es lo que peor lleva aunque admite “que acabas acostumbrándote a vivir apretado”. La cama es el único lugar privado. Tiene que negociar el resto del espacio. “Pedí permiso para que me dejaran tener un hornillo. Como es muy grande he tenido que negociar el lugar de colocación con un vecino de litera”, cuenta.

Las revisiones se producen a cualquier hora del día y la noche. Encuentran teléfonos, cuchillos. “Todo puede ser ilícito. Un cortaúñas. Un perfume porque lleva alcohol. Comemos con las manos o con cubiertos de plástico”, explica.

El cautiverio se vive con grandes altibajos. “Hay días que te sientes una pura mierda. No quieres ver a nadie. Te escondes hasta de las paredes. Todo te resulta detestable. Todos los presos te van a comentar  lo mismo”, se sincera.

Lo más traumático es la separación de la familia a la que sólo ve una vez al mes. Su pareja y sus dos hijas tienen que viajar desde Chimaltenango en un largo trayecto durante toda la noche para aprovechar todas las horas de visita en el penal.

“No les puedo presionar para que vengan más veces porque el viaje es muy caro. Que sean ellas las que tomen la decisión”, dice abatido. Es quizá el único momento en el que se le ve alicaído. Como si se temiera que esta situación puede durar años.

La cárcel acoge a aproximadamente 370 reos, divididos en cuatro sectores. Todos tienen que salir de esas salas en las que duermen hacinados, reciban o no visita. En el centro del patio hay 13 mesas con sus sillas.

Foto: Alianza por la Solidaridad