Miriam Nobre “Las mujeres son la variable de ajuste en un sistema que hace imposible la vida”

Miriam Nobre (Brasil, 1965), miembro de la Marcha Mundial de Mujeres, ha incorporado a la dieta algunas raíces que comunidades tradicionales de Vale do Ribeira (São Paulo) mantienen en su alimentación, libre de la “homogeneización alimentaria que sufrimos en la ciudad”. Dice que comer le hace bien, al cuerpo y también al coraje, todavía más necesario en tiempo de crecientes ataques a los derechos y a las personas que los defienden. Con la entidad Sempreviva Organização Feminista, Nobre trabaja en proyectos de agroecología y economía feminista. Son dos piezas de la resistencia que el activista considera que hay que extender y enredar ante los abusos empresariales y contra el miedo que el ultraconservadurismo consigue movilizar. A tocar del primer año de la victoria electoral del exmilitar Jair Bolsonaro, Nobre ha estado en Barcelona para participar en la jornadaLa bolsa o la vida: transnacionales y feminismos”.

Meritxell Rigol – El Crític – con la colaboración de Cataluña No a los TCI

Nueve meses después de la llegada de la ultraderecha a la presidencia de Brasil, ¿los y las activistas habéis detectado más indefensión e impunidad que antes del gobierno de Bolsonaro?

La inseguridad por las activistas crece desde el golpe [el proceso de destitución de Dilma Rousseff, que en 2016 puso punto final a trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores]. Desde el 2016, el grado de ofensiva contra las mujeres que luchan por la defensa de sus territorios, indígenas, quilombolas, campesinas, ya iba creciente. El que pasa ahora es que aumenta la sensación de impunidad ante estos crímenes. Cuando hubo el golpe, preguntamos a las compañeras como lo sentían a las comunidades y nos explicaban que había cambiado la forma como los terratenientes las miran, porque saben que ya no tienen el apoyo a escala nacional que tenían para luchar. El que veo que ha cambiado después de las elecciones es la criminalización de las luchas. Se utiliza la excusa de la corrupción por punir la gente activista. A São Paulo, de donde yo soy, por ejemplo, se ve en el movimiento de lucha por la vivienda. El discurso de la corrupción para criminalizar los movimientos sociales se ha intensificado después de la elección de Bolsonaro y se suma el discurso de odio. También es característico de este periodo, como también lo son las amenazas a través de las redes sociales. Son amenazas que no son directamente del Estado, pero sí del grupo social y las organizaciones que sustentan Bolsonaro. Una compañera que organizó el Frente Evangélico por el Aborto Libre ha sufrido mucha presión y se ha exiliado.

¿Las defensoras de los derechos de las mujeres están sufriendo la intensificación de los ataques?

Son blanco de los ataques todas las personas que defienden el territorio: el territorio-naturaleza y el territorio-cuerpo. Las feministas son un blanco porque el discurso que sustenta Bolsonaro es un discurso conservador. La gente que está en situación de inseguridad por el ultraneoliberalismo; la gente que no tiene trabajo o que está súper explotada, quiere seguridad. Y tiene una seguridad basada en la familia tradicional. Las feministas y las personas no conformes a las normas de género son la amenaza de destruir esta seguridad. Se presenta la ideología de género como el gran problema que hay que gestionar y ha conseguido movilizar mucho. Han aumentado los asesinatos de mujeres ‘trans’ cometidos con crueldad y todas las políticas de fortalecimiento de las mujeres, en el plan económico y cultural, han caído. Yo trabajo con campesinas y las políticas de fortalecimiento por este colectivo ya iban cayendo desde la vez, pero ahora se han ido del todo. En un contexto de gran desocupación, explotación de la gente y endeudamiento -que es una manera de mantener la gente funcionando, trabajando explotada-, los espacios políticos que gana la extrema derecha se sostienen en el miedo que la situación pueda empeorar; miedo de perder poder dentro de tu familia.

Según muchas activistas brasileñas, la actividad económica y los puestos de trabajo generados por las empresas transnacionales en los territorios donde viven no suponen desarrollo. ¿Qué es desarrollo, desde su perspectiva?

Mejor no utilizar el término desarrollo. Transmite la idea que el objetivo es llegar a reproducir el funcionamiento de la sociedad y la economía en el Norte global, que solo funciona porque explota las personas y la naturaleza en el Sur. Tenemos que reconocer que las comunidades sustentan la vida y también que hay límites. La idea de progreso, de desarrollo, de crear lugares de trabajo, es un mecanismo de seducción que, junto a la coacción, mantiene el sistema. Pero después encontramos, por ejemplo, como la empresa Vale, con la explotación minera, ha asesinado el río Doce; lo ha contaminado con tóxicos. Es un río enorme que pasa por varios estados, por varias comunidades, del cual viven pescadores, y con ciudades próximas, de donde la gente consume el agua. La intensidad de la explotación minera hizo que se rompieran los diques que contenían los residuos. La contaminación llegó al mar. Al romperse los diques, la destrucción fue enorme y murieron más de 200 personas. ¿Por qué se intensificó tanto la explotación minera? Habían bajado los precios y necesitaban un nivel de comercialización que mantuviera los beneficios de los inversores. Lo peor es que no tenemos mecanismos porque situaciones como estas no se repitan.

El Estado español es el que más invierte en el conjunto de América Latina y es a la vez el que recibe más inmigración proveniente de la región. ¿Hasta qué punto el poder corporativo tiene que ver con las decisiones, o necesidades, que llevan a las personas a emprender migraciones de países del Sur en el Norte global?

Si las empresas destruyen las condiciones de supervivencia de las personas a sus países, llega un momento en que no queda otra que migrar. Y así se sustenta una cadena internacional de curas. Aquí se necesitan muchas curas. Muchas de las mujeres que migran se dedican a cuidar. Así, aquí se resuelve la situación y no se buscan maneras colectivas de cuidar las personas, sobre todo, las personas grandes. Se individualiza el problema en cada familia, que lo resuelve mercantilizando la cura de manera precarizada. A la vez, las mujeres que trabajan de cuidadoras envían remitidas a sus países, que así cuentan con divisas. Estas divisas sirven incluso para pagar los royalties [pago por el uso de patentes o de un producto] a las transnacionales que tienen actividad. Son dinero que envían las empresas a sus países de origen. Incluso pasa con McDonalds. ¡Ya sabemos hacer bocadillos en Brasil! ¿Por qué tenemos que enviar royalties en los Estados Unidos para hacerlos? Pero el hecho es que tenemos que enviar divisas y en América Latina muchas veces provienen de las remesas de las personas migradas. Es un círculo con un alto grado de explotación.

En el proceso de acumulación de poder por parte de las transnacionales, ¿qué papel juegan los Tratados de Comercio e Inversión?

Los mecanismos de acumulación controlados por las transnacionales ya los tenemos instaurados en los países. Los tratados, a medida que se van definiendo, el que hacen es que sea muy difícil volver atrás y cambiar la situación. En Brasil lo vemos en el caso de la educación superior: en los años de gobierno Lula-Dilma hubo una expansión del acceso a la educación superior. El gobierno de Bolsonaro ha recortado mucho el presupuesto de las universidades. Ahora en octubre, ya no tienen dinero para el funcionamiento cotidiano. Van poniendo algo más aquí, algo más allá… y esto incluye mucha presión a los rectores de las universidades. El recorte ha afectado todas las universidades, pero en un inicio el ministro de educación dijo que recortaría en aquellas en las que hubiera “lío”; es decir, aquellas en las que hay vida, militancia, reflexión… La alternativa que da el gobierno a la caída de los apoyos económicos a los estudiantes con bajos recursos es un programa de financiación privada de las universidades públicas, a través de vender acciones de las universidades públicas a la bolsa. Esto crea las condiciones para las negociaciones de servicios que están en juego en el acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur. Los tratados hacen que privatizaciones como esta se vuelvan una regla y no se pueda volver atrás.

Ante los impactos de la actividad económica de las transnacionales sobre las personas y la natura, tenemos que mirar hacia las comunidades tradicionales y aprender, según tu parecer.

A las comunidades, no todo funciona perfecto. Tenemos que crear espacios en los que las mujeres puedan expresar sus deseos, reconocer lo que tiene que cambiar en la experiencia de las comunidades, y también lo que es bueno, y crear condiciones porque estas experiencias se expandan hacia más territorios. Tenemos que encontrar otras maneras de organizar la vida. Esto entra en choque con la estructura del gobierno de Bolsonaro. Defiende una ideología conservadora que está en acuerdo con el proceso de acaparamiento brutal que las transnacionales quieren hacer en nuestro país. Y las mujeres viven al núcleo de esto: para conseguir el grado de explotación del trabajo y de la naturaleza que vuelan y que algunas personas continúen vivas y trabajen para ellos. Las mujeres, para las familias, hacen de almohadilla. Las mujeres están súper explotadas en el trabajo remunerado y en trabajo no remunerado en las casas. Lo hacen porque quieren a los suyos, porque queremos sostener la vida, y a la vez es una energía que está sosteniendo las cosas tal como están. Es contradictorio. Las mujeres son la variable de ajuste en un sistema que hace imposible la vida.

¿Cómo podemos reformular la economía para orientarla hacia el ‘buen vivir’?

Por ejemplo, yo trabajo en el plan local, y a las comunidades, con las mujeres, intentamos fortalecer la producción que tienen en su patio. Combinamos la producción para el consumo propio, el de la familia y el de la comunidad, y para la venta, que permita tener acceso a dinero, porque vivimos en una sociedad hegemónicamente capitalista en la que necesitamos dinero. Desde esta experiencia de equilibrio entre entrada de dinero y producción para el autoconsumo, la donación y el canje, intentamos estar en relación con las personas de la ciudad, porque consumen de manera diferente. Y esto quiere decir un compromiso político, incluso para encontrar tiempo en la vida para cocinar y hacerlo de manera compartida. Tenemos que producir el buen vivir desde nosotros mismas, empezando para limpiarnos la casa y prepararnos la comida. Tenemos que ampliar las posibilidades de hacerlo ante los ataques que recibimos las comunidades, tanto al campo como la ciudad, donde hay gente que, por ejemplo, lucha por la vivienda, okupa o intenta producir alimentos, disputándose el espacio metro cuadrado a metro cuadrado con el capital.

En el reto de construir resistencias ante el poder de las corporaciones, ¿atribuyes un papel específico a las mujeres?

Sin sobreresponsabilizar a las mujeres, pienso que la experiencia de cuidar, de estar atentas a las personas, nos da una mirada necesaria en el momento que estamos viviendo. Llevar esta experiencia al hacer política es vital. Hay que fortalecer las iniciativas de resistencia, crear relación entre sí y contar con territorios de libertad en un momento de tanto acoso y odio. Tenemos que conservar las semillas de esperanza y libertad. Y vivirlas. Necesitamos vivirlas ante los ataques que la gente está sintiendo al cuerpo y a la salud mental. El reto es como autocuidarnos para no ser capturadas por su esfuerzo de aplastarnos con el miedo y mantener la crítica en todos los ámbitos de la vida.